QUITANDOLE LAS MASCARAS A LA PEQUEÑA BURGUESÍA MERIDEÑA
Las estúpidas virtudes de
mi madre
Yo nací en el seno de una familia que con el correr
de los años se fue haciendo infinitamente seudo-pequeño burguesa. Mis abuelos
fueron unos pobres diablos que acaso si conseguían lo básico del día a día para
ir tirando, como dicen los gachupines. Pero mis padres consiguieron graduarse y
hacerse profesores universitarios y consiguieron como quien dice una especie de
título nobiliario. Pasaron a mejorar sus razas y fueron escalando un poco más
arriba de los desarrapados proletarios; adquirieron privilegios de nobleza en
este mar de miserias, y acabaron siendo un poquitico clase aparte.
Mi madre era hija natural (bueno, todos somos hijos
naturales), perdón. Su padre se negó a reconocerla y cargaba ese estigma de
tener únicamente un solo apellido y trucó la partida de nacimiento y puso
Ignacia Natalia Márquez M., y lo del M. para que la gente pensara que tenía
algo de pedigrí, y formalidad le quedaba todavía. Eso la hizo sufrir mucho.
Después se casó con un dirigente adeco que la dejó embarazada y huyó, y tuvo
que cargar con otro karma, y acabó abortando. Finalmente vino a casarse con mi
padre (profesor universitario Pedro Vicente Arguedas), pero así y todo no pudo
casarse por la iglesia por dos pecados capitales: ser hija “natural” y confesar
en un cursillo de cristiandad que cuando conoció a su marido ya había tenido
otros hombres (lo único bueno que hizo en toda su vida, pero que a ella le
atormentaba). Pero bueno, mi madre echó pa’lante con muchos bríos. Adquirió un
doctorado en Administración, se hizo profesora universitaria y comenzó a vivir
en Jauja. Mi madre tenía la gran ilusión de ser una mujer distinguida y
codearse con lo mejor de la sociedad merideña. Entonces puso a sus tres hijos
en los mejores colegios católicos, y con las buenas entradas, junto con la de
mi padre, pudo comprarse una buena casa, tres buenos carros, un apartamento en
Margarita y otro en Caracas.
Cada año mis
padres se echaban un viaje al extranjero, hacían algún crucero y se echaban en
el cuerpo exquisiteces con buenos vinos, whisky y productos importados. Yo veía
a mi padre como a un hombre de modales finos y educados, pero a la vez como a
un pendejo siempre haciéndole caso a los delirios de mi mamá. Mi madre estaba
poseída hasta los tuétanos de las virtudes pequeña-burguesas de este mundo
lleno de lágrimas y de excrementos, y ninguno de sus hijos salió con ojos
azules como quería. Mi padre era buen padre (hasta que un día se sublevó y se
fue de la casa), y andaba con todas aquellas cargas ridículas que le imponía mi
madre para que sus hijos fuesen la maravilla (que veía de los gachupines nobles
en la revista HOLA), casi con certificado para subir en la escala social de los
pervertidos de la crema de la crema social merideña. Todo aquel mundo se le
vino abajo a mi pobre madre, cuando quedó sola y divorciada y sus hijos también
se fueron por distintos motivos no muy loables de casa. Terminó además ella
intratable, pero llena de bienes materiales, reinando en su isla Barataria, con
todo el poder del mundo para ser ella misma. Y viendo hacia atrás, una se
pregunta para qué fue toda aquella ridícula formación que nos quisieron dar.
Para qué todas aquellas fiestas en el colegio con gente plagada de hipocresía y
vileza, colgándoles una camarita y una triste sonrisita, casi todos
comerciantes y ladrones, o profesionales universitarios brutalmente cargados de
prejuicios de los más abominables. Qué locura Dios mío. Tanta pólvora que se
gastó en zamuro. Tantos saraos a los que nos invitaron por puros compromisos
sociales, pero siempre mirándonos con desprecio. No pudimos subir un solo
escalón, aunque llegamos a ser miembros del Country Club, de Vega Sol y del
Club Demócrata.
Tantos delirios de grandeza, tantas falacias,
halagos y engaños, la estulticia de la fatiga por elevarse, y el típico mundo
de la sociedad materialista y sensual que tritura a la gente pero que ésta la
busca con ansiedad enloquecida, …para a la final terminar en lo que ha
concluido mi madre, ahogándose entre penumbras, en la ruina absoluta, en este
creciente mar de lágrimas, pero aun así creyéndose que salió de abajo y que
hoy, sea como sea, logró ser una gran vaina en la podredumbre de Mérida.
Ave María Purísima!
Autor:
María Teresa Arguedas
DESPUES DE HABER
LEIDO ESTO, ¿SINTIÓ ALGO EN SU
ESTOMAGO?. ¿PODRIA UD. DESCRIBIR LO QUE SINTIÓ?.
HAGALO:_________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
ENVIÉLO A: edas.merida@gmail.com
Muchas escuelas como esta deberian existir en toda suramerica, porque no olvidamos la forma de vida de nuestros aborigenes, que eran 100% socialistas, hasta que los Europeos inventaron la relaciones capitalistas de vivir, herencia de la imposición del trato de la burguesia, que a su vez hereda de los privilegios monárquicos los principios de la superioridad religiosa de ciertos humanos, en función de la heredad de un linaje directo de Dios como creador de todas las cosas, impuesto por supuesto a punto de sangre y fuego...
ResponderEliminar