¿DÓNDE SE UBICA
USTED: COMPAÑERO O CAMARADA?
Nicolás Maduro, cuatro años
Por: Luis Enrique Gavazut
Es de Mao la famosa frase: “El mundo
está convulsionado, ¡excelente situación!”. Debo confesar que, posiblemente por
mi vocación revolucionaria, yo siento igual que Mao. Me gustan los tiempos
convulsos porque claramente nos indican que la sociedad no está muerta, sino
vivita y coleando.
Es de Chávez el famoso llamado a la
“reunificación, repolarización y repolitización”, lanzado en octubre de 2010,
señalando en aquella ocasión que: “La guerra de ahora no tiene rostro, el
capitalismo neoliberal no tiene rostro”, e instó al pueblo a tener
perfectamente claro a qué lado de la historia pertenecen las grandes mayorías,
“al polo del pueblo, obrero, campesino, de la patria, de los que aman a
Chávez”. En definitiva, a eso se reduce todo. A saber exactamente de qué lado
de la historia está uno. En el entendido, una y otra vez reconfirmado
históricamente, de que solo hay dos polos, solo hay dos fuerzas y ambas son
contradictorias.
Es la clásica doctrina de la dialéctica
hegeliana, concretada en el terreno de la realidad por el materialismo
histórico marxiano. No hay tres, ni cuatro, ni un millón de
posiciones ideológicas, solo hay dos. La ideología del pueblo, de la masa, del
proletariado. Y la ideología de la élite, de los privilegiados. La ideología
del pobre, del asalariado, del que tiene que trabajar para vivir. Y la
ideología del rico, del afortunado, del que no tiene que trabajar para vivir.
No se trata de radicalismo, ni de
negación de la diversidad de criterios, ni de falsa contradicción trasnochada,
ni mucho menos de simplismo mental. No. Se trata de una fuerza de la
Naturaleza, de una realidad incontrovertible, de cómo funciona el Universo. Por
eso, al final, disfrácese como se quiera, ocúltese como se desee, siempre todo
se reduce a esa clásica lucha de clases marxiana.
Con Marx ocurre como con Einstein o
Darwin. No por oponerse férreamente a la bomba atómica la Naturaleza de la
materia y la energía va a dejar de cumplir sus leyes inexorables. Se podrá atacar
a Einstein, pero la energía nuclear es la energía nuclear. No por oponerse al
darwinismo, la Naturaleza de la vida va a dejar de cumplir la inexorable Ley de
la Evolución de las Especies por Selección Natural. No se trata del deseo o
anhelo del ser humano, sino de la cruda realidad de los hechos.
Desde que Chávez advino al poder en 1998, pero
con más intensidad durante el gobierno de Maduro, se escucha de parte de
diversas voces, tanto de la oposición como del chavismo, que no hay que
dividir, que hay que conciliar las posiciones encontradas, que Chávez dividió a
los venezolanos cuando dijo eso de que “ser rico es malo” y cuando etiquetó a
un sector de la población con el calificativo de “escuálidos”. Recientemente
escuché a Oscar Schemmel, entrevistado por José Vicente Rangel, decir que la
inmensa mayoría del pueblo venezolano manifiesta en las encuestas que quiere un
modelo conciliatorio de sociedad, una sociedad con pueblo trabajador y con
élites. Así lo dijo textualmente. Que la gente está de acuerdo en su inmensa
mayoría con que existan las élites (por definición, los privilegiados). La
postura de Schemmel es aparentemente razonable, básicamente plantea que la
economía debe ser privada, pero regulada con firmeza por el Estado, y que el
Estado debe encargarse de mantener el modelo de inclusión social, es decir,
redistribuir la riqueza entre los pobres a través de los programas sociales.
Sin embargo, preciso es señalar que Schemmel no es para nada original en esto.
Lo que plantea es simplemente el clásico Estado de Bienestar Capitalista.
El capitalismo con rostro humano, tantas veces
condenado por Chávez. ¿Estaba Chávez equivocado en esa postura? ¿Puede en
realidad el capitalismo, la economía de acumulación privada de la riqueza,
conducir a la máxima felicidad social? Schemmel también opina que el principal
obstáculo para que el gobierno resuelva los problemas y salga victorioso del
atolladero actual, es que el gobierno chavista sea pragmático y supere las
posiciones dogmáticas de algunos de sus personeros. Que hay que superar los
radicalismos, los extremismos ideológicos y dedicarse a resolver los problemas
materiales de la gente, el desabastecimiento, la inflación, la inseguridad. En
esto Schemmel se suma a las posturas asumidas, por ejemplo, por Víctor Álvarez
y otros economistas. ¿Estaba Chávez equivocado cuando tantas veces nos alertó
acerca del fundamentalismo del mercado? ¿Puede entonces lograrse la superación
de los problemas económicos, que todo tenga un estado de bienestar, si se
deja de lado esa postura dogmática y se asume que el mercado sí puede darle la
felicidad al pueblo? ¿Pero en dónde está el dogmatismo entonces? ¿En los que
propugnan el fundamentalismo del mercado, o en quienes se oponen a ello? ¿Se
fijan? Al final, todo se reduce a dos.
Dos posiciones, dos criterios, dos
posibilidades, dos polos opuestos, enfrentados permanentemente el uno al otro.
Es la lógica de la masa vs. la lógica de la élite. La élite promete siempre a
la masa que no tiene por qué preocuparse, porque van a tener sus necesidades
materiales bien satisfechas; pero todos constatamos, una y otra vez, que la
élite nunca cumple esa promesa. Y la razón de ello es muy sencilla: el
capitalismo, el sistema de mercado, de intercambio de valor, de acumulación
privada de la riqueza material de la sociedad, no puede hacerlo, es imposible
que pueda hacerlo. No para todo el mundo, no para toda la gente, no para todo
el pueblo. Algunos dirán en este punto, que sí puede hacerlo para todo el mundo
al menos en lo más básico: alimentos y medicamentos.
La pregunta entonces es:
¿Todo el pueblo norteamericano come bien y goza de buena salud? ¿Hasta el
último habitante de Alemania come bien y goza de buena salud? ¿Francia? ¿Japón?
¿Suiza? ¿Noruega? ¿Qué país puede ufanarse de no tener pobres? Si
alguno pudiera finalmente mencionarse como ejemplo, entonces hay que
preguntarse: ¿Y si ese país no tiene pobres, por qué entonces otros sí los
tienen? ¿Por qué si la lógica de las élites tiene tantos siglos funcionando,
existen tantos pobres en el mundo? ¿Qué pasa con África? ¿Qué pasa con América
Latina? ¿Grecia? ¿España? ¿Argentina? ¿Brasil? China es la mayor economía del
mundo, ¿no hay pobres en China? India es la economía emergente más pujante del
mundo, ¿no hay pobres en la India?
En Estados Unidos, un país donde la
pobreza no deja de crecer año tras año, o la misma Alemania, la locomotora de
Europa, donde el 20% de la población es pobre, funciona una economía privada
con un Estado regulador fuerte y un modelo de programas sociales redistributivos,
exactamente el estado de bienestar propugnado y abiertamente defendido por
Schemmel, Víctor Álvarez y también por altos funcionarios del gobierno del
Presidente Maduro (y también lo sostuvieron y defendieron altos funcionarios
del gobierno del Presidente Chávez). Los más connotados premios Nobel de
economía se devanan los sesos para tratar de explicar por qué a pesar del
cambio tecnológico y el evidente progreso material de la humanidad, alcanzado
bajo el sistema capitalista de acumulación privada de la riqueza, la
desigualdad económica es cada vez mayor. ¿Por qué cada vez la humanidad tiene
más riqueza, pero simultáneamente la gente es cada vez más pobre o la cantidad
de gente pobre no cesa de crecer? La teoría del goteo hacia abajo,
que postula que el bienestar de las élites se derramará hacia abajo en la
pirámide poblacional, no termina de cumplirse. A pesar de la fortaleza
regulatoria de los estados de bienestar más consolidados del mundo (ese estado
regulador fuerte que Schemmel defiende con tanta convicción), como los países
del norte de Europa, o los modelos de bienestar social de países mediterráneos
como Francia, Italia y España, la desigualdad económica y la pobreza no solo no
logran erradicarse definitivamente, sino que no dejan de aumentar y aumentar.
¿Qué pasa entonces? ¿Qué es lo que sigue oliendo mal en Dinamarca? No
pretenderé yo tener la respuesta definitiva a esa pregunta. Sin embargo, estoy
convencido de que el problema está en que el sistema de mercado, la economía de
intercambio de valor, es un juego de suma cero, que la riqueza material es
finita porque los recursos del planeta Tierra en términos de materia y energía,
son finitos, no ilimitados, y esa es la causa, en última instancia, de la
desigualdad económica. Por lo tanto, cuando Chávez, y antes que él Cristo,
propugnó la solidaridad, el trabajo voluntario, el trabajo colectivo y el
desprenderse de la riqueza propia para repartirla entre los pobres, no estaba
desvariando.
Ninguno de los que estamos convencidos
de las deficiencias del sistema capitalista y su consustancial exclusión de las
mayorías poblacionales del bienestar material, tenemos claro cómo puede
construirse y hacerse viable una vía alternativa que permita superar esas
deficiencias y alcanzar la igualdad económica sustantiva y el reparto
equitativo del bienestar entre toda la humanidad. Pero lo que sí tenemos
absolutamente claro es que no será a través del capitalismo con rostro humano,
del reformismo, del pretendido estado de bienestar burgués, que solo muestra
una ilusión de prosperidad de cara a la galería, ocultando con vergüenza debajo
de la alfombra sus “daños colaterales”, es decir, la inmensa masa poblacional
excluida y marginada. ¡O inventamos o erramos! Y llegamos así entonces a la
gran pregunta que alimenta las tertulias de algunos intelectuales de izquierda,
algunos de ellos ciertamente de gran calidad revolucionaria: ¿Es Nicolás Maduro
un reformista que le entregó la Revolución bolivariana al imperio? Desde hace
ya bastante tiempo venimos presenciando ese debate, sazonado además por toda
clase de imputaciones en contra de Maduro. Que si Maduro vendió el proceso. Que
si Maduro les da los dólares a las transnacionales. Que si Maduro vendió el
Arco Minero. Que si el desfalco a la nación es culpa de Maduro. Que si Maduro
impide la pluralidad política de los partidos minoritarios. Que si Maduro lo
que hace es pagar deuda externa en lugar de declararse en default. Que si
Maduro mantiene el control de cambio solo para enriquecer a una paca de
corruptos. Que si Maduro no radicaliza el proceso. Que si Maduro esto y Maduro
lo otro. Así cantan al unísono los detractores del actual comandante
de la Revolución bolivariana, algunos de los cuales en su momento no le dijeron
lo mismo a Chávez, a pesar incluso de haber estado muy cerca de él.
Lamentablemente –porque me consta que
muchos son auténticos revolucionarios– cantan cual comparsa asíncrona, junto a
la canalla escuálida y mediática que en el pasado cantaron de todo en contra
del prócer invicto de la Revolución bolivariana. ¿Lo hacen de mala fe? ¿Lo
hacen por convicción? ¿Lo hacen porque les consta? No lo sé y sinceramente dudo
mucho que sea porque tengan alguna agenda oculta. Al respecto insisto en que
esas posiciones han sido adoptadas lamentablemente por camaradas de gran calidad
revolucionaria. Lo único que sí sé es que están equivocados, conclusión a la
que he llegado tras un prolongado proceso de observación de nuestra realidad y
análisis de los acontecimientos, que me inclina a concluir –siguiendo el
principio anglosajón de la “duda razonable”– que no hay evidencia objetiva
suficiente para imputarle al camarada Nicolás Maduro la condición de reformista
que ha pactado con las élites para entregar la Revolución al imperio, es decir,
a los intereses del gran capital.
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